El espíritu emprendedor, sinónimo de creatividad, innovación y cambio, puede entenderse (en un sentido amplio) como una actitud general que resulta útil tanto en la vida cotidiana como en las actividades profesionales que se desarrollan. Representa un vehículo de desarrollo personal que ofrece oportunidades de mejora a la población.
Desde la óptica de las cualidades personales, el espíritu emprendedor supone desarrollar la iniciativa personal, la confianza en uno mismo, la creatividad, el dinamismo, el sentido crítico, la asunción de riesgos y otros muchos valores que hacen a las personas activas ante las circunstancias que los rodean.
En el área de las habilidades sociales, el espíritu emprendedor conlleva el desarrollo de actitudes de cooperación y de trabajo en equipo, así como el hábito de asumir nuevos roles en una sociedad en continuo cambio.
La Unión Europea promueve el emprendimiento como factor clave para el desarrollo de la competitividad y destaca la importancia de impulsar una cultura europea del emprendimiento gracias al fomento de la mentalidad adecuada y de las competencias relacionadas con el mismo.
Mejorar la creatividad y la innovación a todos los niveles de la educación y la formación es también uno de los objetivos a largo plazo de «Educación y formación 2020», el marco estratégico de la cooperación europea a nivel educativo.
Está demostrado que la educación y la formación contribuyen a la creación de una cultura emprendedora, empezando por las edades más tempranas. El fomentar entre el alumnado las cualidades personales que constituyen la base del espíritu empresarial (la creatividad, la iniciativa, la responsabilidad, la capacidad de afrontar riesgos y la autonomía personal) favorece la creación de este tipo de culturas, como la anglosajona.
Siguiendo la línea marcada en el estudio de 2011: «Educación en emprendimiento: fortalecimiento de competencias emprendedoras», de la Pontificia Universidad Javierana de Cali, entendemos que el espíritu emprendedor y la educación no deben limitarse al desarrollo de habilidades para gestionar y crear nuevas empresas, sino que se puede y se debe influir en la motivación individual necesaria para luchar por algo que podría parecer imposible o demasiado arriesgado. Solo mediante el desarrollo de competencias en el proceso de formación, el individuo puede hacer efectiva la decisión de llevar a cabo acciones emprendedoras.
Autores reconocidos internacionalmente como Sarasvathy (2001), Kirby (2004), Gibb (2005) o Timmons y Spinelli (2007), han identificado las siguientes competencias indispensables en el proceso emprendedor:
- competencia para la conformación de redes
- competencia para la resolución de problemas
- orientación al logro,
- competencia para asumir riesgos
- trabajo en equipo
- creatividad
- autonomía
- iniciativa.
En este sentido, las estrategias de enseñanza-aprendizaje utilizadas para educar en emprendimiento deben ser diseñadas teniendo en cuenta los objetivos que se quieren lograr y el tipo de impacto que se desea generar en los estudiantes:
1. cambios en el comportamiento
2. cambios en el conocimiento
3. resultados tangibles
Por tanto es necesario mejorar la educación formal “no acerca del emprendimiento sino para el emprendimiento”.
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